EL ANHELO ESPIRITUAL

El anhelo espiritual recibe muchos nombres diferentes y se asocia a muchos símbolos, a muchas tradiciones y a muchos profetas. También podríamos llamarlo "deseo de trascendencia". Se ha dicho que es el deseo del alma de reunirse con su creador. Se ha dicho que es un anhelo de unidad, de plenitud o de comunión. Algunas veces adopta un aspecto más filosófico y secular, y es un deseo de conocer el significado último de la vida. A pocas personas les falta por completo el anhelo espiritual. ¿Cuántas sociedades completamente seculares, antiguas o modernas , conocen los antropólogos? Ninguna. Algunas personas modernas intentan rechazar el anhelo espiritual calificándolo de tonto o acientífico, o considerándolo de una mera creación de la química del cerebro; pero no por ello desaparece el anhelo. Se oculta, pero vuelve a aparecer en otro momento o bajo una forma diferente. Cuando no se satisface el anhelo espiritual, la repetición inacabable de ir al trabajo para volver a casa, para poder comer, para poder dormir, para poder regresar al trabajo, para poder pagar el seguro de enfermedad, para poder pagar el gimnasio, para poder ir al médico, para que éste pueda curar nuestras enfermedades menos graves, para poder seguir trabajando, para poder comprar una casa mayor y un coche mejor y enviar a nuestros hijos a la universidad, para que ellos puedan tener un trabajo mejor, para que puedan volver a casa a comer y dormir, para que puedan volver al trabajo, y así sucesivamente, parece una danza macabra y maratoniana de la que sólo es posible escapar por la muerte. Podríamos llamar a esta situación problemática "hambre espiritual". El hambre espiritual es una forma de sufrimiento muy real. La historia está llena de ejemplos de personas que han preferido sufrir graves dolores, la pérdida de su libertad personal o incluso la muerte al hambre espiritual. Consideremos, por ejemplo, el caso de los mártires y de los santos que no quisieron renunciar a sus creencias y prácticas espirituales, sin que les importasen las consecuencias. Los monjes y los místicos de muchas tradiciones religiosas han considerado tan doloroso el hambre espiritual que han renunciado alegremente a todos los placeres y comodidades para aliviarla. El la mayoría de las sociedades preindustriales no se ha diferenciado la vida secular de la vida religiosa. Las ceremonias, las fiestas, las manifestaciones artísticas, las prácticas curativas, e incluso otras cuestiones menores como la cocina, las comidas y el aseo personal han cubierto necesidades seculares y espirituales simultáneamente. De este modo, las gentes preindustriales han podido nutrirse espiritualmente mientras se ocupaban de las cuestiones de la vida diaria. Cosa rara: a pesar de que las gentes preindustriales carecían de las comodidades físicas, de las libertades políticas, de la movilidad social y de los entretenimientos variados de que disfrutamos nosotros, podríamos considerarlas afortunadas, porque sus vidas diarias satisfacían sus anhelos espirituales. Por desgracia, a pesar de que la mayoría de las personas modernas pueden estar bastante seguras de la necesidad de recibir una buena educación, de tener un buen empleo, buenas inversiones, un buen cónyuge, etc, la mayor parte de los intentos modernos de satisfacer el anhelo espiritual son confusos y ambivalentes, y las personas están poco convencidas de sus beneficios. Muchos cristianos adoran a Jesucristo sin estar seguros de si era o no hijo de Dios. Por otra parte, muchos cristianos cultos suelen carecer de una comprensión de las doctrinas religiosas básicas, y éstas no les interesan demasiado. Las gentes de diversas religiones adoran a Dios (o a los dioses) a pesar de sus dudas sobre la naturaleza de Dios y sobre las intenciones de Dios para con la humanidad. La gente reza a pesar de sus dudas sobre la naturaleza y sobre la eficacia de la oración. En los casos en los que sí coincide la vida secular moderna con la vida espiritual, ello suele deberse a que las personas esperan explotar los recursos divinos en beneficio de su búsqueda de Más. Por ejemplo, muchas personas relacionan principalmente la religión con la otra vida, suponiendo que Dios satisfará por fin sus deseos después de la muerte y que su satisfacción durará toda la eternidad. Muchas personas sólo rezan cuando están desesperadas o aterrorizadas, o cuando tienen una necesidad urgente de saber que la muerte no es definitiva. Hay pocos ateos a bordo de los aviones de pasajeros cuando éstos caen en picado. Es perfectamente comprensible que las personas quieran creer en un dios poderoso y lleno de amor que las proteja de sus miedos y que les conceda sus deseos más queridos; pero el anhelo espiritual es más profundo y más complejo que todo eso. Aunque usted haya dejado de creer en un dios de ese tipo hace mucho tiempo, todavía puede sentir el anhelo espiritual. Podemos concebir el anhelo espiritual como el deseo de tener la certidumbre de que vivimos de la manera correcta; el deseo de tener la certidumbre de que nuestras vidas grises tienen un significado profundo y duradero; el deseo de saber que nuestros actos pequeños y anónomos de valor, de honradez y de abnegación contarán y serán recordados de algún modo; el deseo de saber por qué vivimos y qué debemos hacer con nuestras vidas; el deseo de encontrar en alguna parte, entre toda la arena de nuestros días, las pepitas de oro de la verdad eterna. La búsqueda de Más suele volverse tan absorbente que quedan muy poco tiempo y energías libres para la meditación, la contemplación, la oración o el discernimiento. Nos absorbe tanta atención que nos queda muy poca para dedicarla a la veneración. Aun cuando quedan tiempo y atención disponibles para tales cosas, éstas están contaminadas con demasiada frecuencia por el deseo de Más. Nuestra cultura está establecida de tal modo que parece que el deseo de Más y el anhelo espiritual se contradicen mutuamente. Sentimos que nos encontramos ante un dilema. Podemos vivir con veneración a costa del éxito convencional, o podemos prosperar en un estado de hambre espiritual. Comprensiblemente, la mayoría de las personas optan por la segunda opción. Al fin y al cabo, el deseo de Más es instintivo.

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